Hay una punto negro en el techo de la sala.
Lo sé porque no puedo dejar de mirarlo.
Si lo miro un rato más, seguramente acabaré encontrando algún parecido con algo que te lo pudiese describir.
Es de noche, y de nuevo las voces entran en mi cabeza.
Dicen: "Hoy tampoco vas a dormir, Karlos." Y se ríen.
Sé que tienen razón y me da miedo.
Sabes que siempre tienen razón.
Me incorporo en el sofá y la cabeza empieza a dar vueltas.
Vértigo de no saber si voy a volver a recuperar la cordura.
Pero creo que no estoy loco.
Como mucho algo cansado y sin saber de ti.
En el fondo eres como una inyección para mi ánimo.
Diez minutos contigo y tengo para diez días de paz mental.
¿Recuerdas cuando todo era felicidad?
¿Cuando éramos los reyes del juego?
Cada vez veo esos recuerdos más borrosos.
Niebla. Eso es lo que hay enfrente de aquella foto gastada en la que los dos salimos sonriendo.
Y al salir a la calle vuelvo a cantar en voz alta muchas de nuestras canciones, mientras veo una serpiente multicolor formada por coches que pasan a mi lado, casi rozándome.
"¡Apártate, gilipollas!""¿Qué le pasará a ese tío?"
Los oigo aunque no conteste.
Y sé que algo pasa, aunque no soy capaz de definirlo.
¿Y si en realidad, la falta de sueño, todos los problemas que aparecen y desaparecen, esas luchas internas entre lo que quiero y lo que tengo, han conseguido volverme loco del todo?
¿Volverías para intentar salvarme o dejarías que me llevasen a esa habitación acolchada?