Estaba viendo El Retrato de Dorian Gray, una buena peli en la que salen Ben Barnes, Colin Firth y Ben Chaplin. La historia viene siendo la de un joven inglés de la época victoriana que vuelve de los Estados Unidos a Londres. Allí se encuentra con un pintor, Basil Hallward (Ben Chaplin), que, enamorado de la imagen del joven Dorian Gray, decide pintarle un retrato. Éste queda tan bien que Dorian, encantado con el resultado, dice que vendería su alma al Diablo por mantener esa imagen y que el cuadro envejeciese por él. Además conoce a Lord Henry Wotton (Colin Firth), que lo lleva por una vida en busca del placer propio, cosa que luego se verá reflejada en su cuadro.
Pero no voy a escribir un post hablando de la película, que no siendo una joya, está muy bien. Tampoco voy a hablar del hedonismo de Dorian o Lord Henry, que me encanta, y creo que es una filosofía de vida muy aceptable y que me encantaría poder llevar a cabo, aún sabiendo que es muy difícil, por no decir imposible, mantener un tren de vida así. De lo que quiero hablar es de una frase que escuché en la película y que es, quizá, una de las mejores maneras que se me puede ocurrir de definir cómo me gustaría terminar cualquier relación de amistad, pero una en particular, si es que al final, ésta acaba muriendo, como parece.
"La risa no es una mala forma de comenzar una amistad y es, con mucho, la mejor forma de concluirla". Oscar Wilde.
Siempre he intentado que la gente que me rodea disfrute de la vida, esforzándome por hacerles reír, escucharlos, verles con una sonrisa en la cara. Creo que soy, modestamente, una persona graciosa, ingeniosa e imaginativa y de la más mínima cosa puedo conseguir sacar algo positivo.
En su caso siempre recuerdo eso. Intentar sacarle una sonrisa. Desde el primer día. Desde aquella tarde-noche, los dos de pie, hablando tímidamente ella al principio, y luego, apenas dos horas después, como si nos conociésemos desde hacía tiempo.
Y las noches de juerga, y los momentos de paseos, incluso los segundos de despedida o de saludo, siempre riéndonos, siempre intentando que las cosas negativas lo fuesen un poco menos.
Hasta esa caída en barrena, culpa de ambos, esos meses para mí de oscuridad, para ella, creo, de introspección.
Volver a hablar, volver a vernos, volver a quedar, y por mucho que se oigan palabras, los hechos enseñan otra cosa. Y es difícil, al menos para mi, no estar recordando todos aquellos grandiosos momentos, todas esas risas cómplices, todas esas carcajadas, aquella frase de "siempre consigues sacarme una sonrisa en los peores momentos" que siempre me encantó. Y, quizá esté divagando y mi mente conspiranoica vea cosas que en realidad no existen, pero veo que todo va hacia abajo y me dolería que una amistad como ésta se acabase convirtiendo en un "Hola y Adiós", algo frío, que ninguno de los dos se merecería.
Por eso al escuchar esa frase, mi cabeza empezó a dar vueltas, pensando ésto. Si algún día todo se acaba, querría acabar con la imagen de su cara sonriendo. Eso sería un buen recuerdo de una de las mejores historias que he tenido el placer de vivir.
Salió de entre los escombros, sacudiéndose el polvo. La luz del día lo cegó un poco; los nervios lo cegaron del todo. No encontraba a nadie.
Se movió entre las piedras, intentando salir de aquel infierno, pero los ojos, llenos de lágrimas, le proporcionaban una visión borrosa.
Se los frotó y enfocó.´Allí estaba, como una sombra lejana, como una estatua, perfecta pero fría, quizá esperándole, quizá sólo esperando.
Saltó entre los bloques, y, aunque las piernas tardaron en responderle, se obligó a correr, su cuerpo gritaba de dolor, pero él continuó.
Teniéndola allí, apenas a cuatro pasos, después de todo lo que había sufrido, le parecía un regalo de un dios en el que no creía. Y lo quería.
Cuando llegó a su lado, el vestido blanco y la sonrisa de ella le deslumbraron un poco, y le hicieron caer de rodillas, resoplando del esfuerzo.
"Salgamos de aquí", dijo él "Vayámonos dónde nadie juzgue ni diga nada", era prácticamente un ruego para ella. "Contéstame, sólo pido eso".
Ella bajó la cabeza, sonriendo y su aura multiplicó el brillo que emitía. Estiró la mano y con un leve gesto, acarició la cara del chico.
"Sólo es un sueño, amor mío" La imagen de ella estalló en un chorro de luz mientras él se despertaba sobresaltado y sudoroso en la cama.
El sol filtrándose por la ventana y el despertador marcando las 7:30 le convencieron de que lo había soñado y que nunca volvería a verla.
Recuerdo el primer día que la vi, la primera vez que la escuché, incluso la primera vez que hablamos. Recuerdo cuando cogimos confianza y las tardes y noches hablando. Recuerdo ir a buscarla a casa y caminar, charlando sobre lo divino y lo humano. Recuerdo aquellas conversaciones sin necesidad de abrir la boca y la cara que ponía cuando yo ponía en palabras lo que ella pensaba. Recuerdo el día que me hice su tatoo, cómo ella eligió la letra y el sitio en dónde colocarlo. Recuerdo noches hablando hasta las 6 de la mañana y también mañanas en mi casa, intentando salir de baches. Recuerdo su cara cuando, sin motivo, sólo por gusto, le regalaba algo que le gustaba, era la definición de la ilusión... Recuerdo mi foto preferida, ella preciosa en primer plano y yo detrás, con cara de pillo, abrazado a su cintura. Recuerdo su sonrisa miedosa cuando me contó algo que le ilusiona pero le asusta. Recuerdo su último beso, su último abrazo y su última frase.
Espero seguir recordándola durante mucho tiempo. Al menos toda mi vida.