Salió de entre los escombros, sacudiéndose el polvo. La luz del día lo cegó un poco; los nervios lo cegaron del todo. No encontraba a nadie.
Se movió entre las piedras, intentando salir de aquel infierno, pero los ojos, llenos de lágrimas, le proporcionaban una visión borrosa.
Se los frotó y enfocó.´Allí estaba, como una sombra lejana, como una estatua, perfecta pero fría, quizá esperándole, quizá sólo esperando.
Saltó entre los bloques, y, aunque las piernas tardaron en responderle, se obligó a correr, su cuerpo gritaba de dolor, pero él continuó.
Teniéndola allí, apenas a cuatro pasos, después de todo lo que había sufrido, le parecía un regalo de un dios en el que no creía. Y lo quería.
Cuando llegó a su lado, el vestido blanco y la sonrisa de ella le deslumbraron un poco, y le hicieron caer de rodillas, resoplando del esfuerzo.
"Salgamos de aquí", dijo él "Vayámonos dónde nadie juzgue ni diga nada", era prácticamente un ruego para ella. "Contéstame, sólo pido eso".
Ella bajó la cabeza, sonriendo y su aura multiplicó el brillo que emitía. Estiró la mano y con un leve gesto, acarició la cara del chico.
"Sólo es un sueño, amor mío" La imagen de ella estalló en un chorro de luz mientras él se despertaba sobresaltado y sudoroso en la cama.
El sol filtrándose por la ventana y el despertador marcando las 7:30 le convencieron de que lo había soñado y que nunca volvería a verla.
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