jueves, 17 de octubre de 2013

La Leyenda Del Día Lluvioso

Salí a la calle, por supuesto llovía, así que me calé la capucha, encendí el mp3 y me puse a andar. Había mucha gente en las ventanas mirando tristes a la calle. Este tiempo jode a cualquiera. Subí hasta el centro y parecía una ciudad fantasma. Anduve casi un kilómetro yo solo. La gente con la que me cruzaba era gris, literalmente. Caras grises, en cuerpos grises, embutidos en vidas grises, mientras andaban como zombies.
Llegué a la plaza del ayuntamiento. Aceras desconchadas, piedras en el medio, paredes manchadas con absurdas firmas. Subí el volumen. Decidí cambiar el paso mientras la música intentaba transportarme a otro lugar. Y lo consiguió. De pronto me vi camino de dónde quería ir. Sabía que no era lo que necesitaba pero mi cerebro y mi corazón me empujaban hacia allí. Bajando hasta el barrio los coches pasaban volando, salpicando agua hacia las aceras. Estaba empapado, pero una extraña fuerza y convicción me empujaba hacia abajo. Crucé la calle, saltando de charco en charco. Y, de pronto, levanté la cabeza y vi su casa. Algo crujió dentro de mí, como si se rompiera.
No debería estar ahí. Tarde, pero me di cuenta que no era mi sitio.
Y menos, cuando, en la ventana, estaba ella apoyada. Me acerqué, sabiendo que no pasaría nada. Estábamos apenas a unos metros y cruzamos las miradas. En la mía había espera, desconfianza, amor, odio, una mezcla de sensaciones muy dura. En la suya sólo indiferencia. Incluso me atrevería a decir que sonreía, inmune a mi reacción. Me giré y volví sobre mis pasos.
Todo se había acabado y al fin me había dado cuenta. Quería darme otra oportunidad para pensar que podía ser todo como en mi cabeza. Pero no.
Entonces lo tuve claro. Sabía lo que tenía que hacer. Una extraña sonrisa de convicción afloró a mi rostro. Tenía que hacerlo rápido. No pensar. No poder echarme atrás en ningún momento. Corrí hacia el puente y antes de darme cuenta, estaba de pie en el resquicio, mirando hacia abajo.
Ya estaba, esa era la solución. La única manera de que todo terminase. La única manera de que mi alma dejase de doler. La única manera de que TODO dejase de doler. Me dejé caer, sonriendo al recordar que era 13 de septiembre, cuando todo había empezado.

Se cerraba el círculo. Todo terminaba cuando había empezado. Sé que antes de tocar el suelo ya había muerto, pero al fin era feliz. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario