Salí a la calle, por supuesto llovía,
así que me calé la capucha, encendí el mp3 y me puse a andar. Había mucha gente
en las ventanas mirando tristes a la calle. Este tiempo jode a cualquiera. Subí
hasta el centro y parecía una ciudad fantasma. Anduve casi un kilómetro yo
solo. La gente con la que me cruzaba era gris, literalmente. Caras grises, en
cuerpos grises, embutidos en vidas grises, mientras andaban como zombies.
Llegué a la plaza del ayuntamiento.
Aceras desconchadas, piedras en el medio, paredes manchadas con absurdas
firmas. Subí el volumen. Decidí cambiar el paso mientras la música intentaba
transportarme a otro lugar. Y lo consiguió. De pronto me vi camino de dónde
quería ir. Sabía que no era lo que necesitaba pero mi cerebro y mi corazón me empujaban
hacia allí. Bajando hasta el barrio los coches pasaban volando, salpicando agua
hacia las aceras. Estaba empapado, pero una extraña fuerza y convicción me
empujaba hacia abajo. Crucé la calle, saltando de charco en charco. Y, de
pronto, levanté la cabeza y vi su casa. Algo crujió dentro de mí, como si se
rompiera.
No debería estar ahí. Tarde, pero me
di cuenta que no era mi sitio.
Y menos, cuando, en la ventana, estaba
ella apoyada. Me acerqué, sabiendo que no pasaría nada. Estábamos apenas a unos
metros y cruzamos las miradas. En la mía había espera, desconfianza, amor,
odio, una mezcla de sensaciones muy dura. En la suya sólo indiferencia. Incluso
me atrevería a decir que sonreía, inmune a mi reacción. Me giré y volví sobre
mis pasos.
Todo se había acabado y al fin me
había dado cuenta. Quería darme otra oportunidad para pensar que podía ser todo
como en mi cabeza. Pero no.
Entonces lo tuve claro. Sabía lo que
tenía que hacer. Una extraña sonrisa de convicción afloró a mi rostro. Tenía
que hacerlo rápido. No pensar. No poder echarme atrás en ningún momento. Corrí
hacia el puente y antes de darme cuenta, estaba de pie en el resquicio, mirando
hacia abajo.
Ya estaba, esa era la solución. La
única manera de que todo terminase. La única manera de que mi alma dejase de
doler. La única manera de que TODO dejase de doler. Me dejé caer, sonriendo al
recordar que era 13 de septiembre, cuando todo había empezado.
Se cerraba el círculo. Todo terminaba
cuando había empezado. Sé que antes de tocar el suelo ya había muerto, pero al
fin era feliz.
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