jueves, 2 de abril de 2015

Utopía (historia a medias con mi colega Skay)

Una fábrica. Todos con el mismo uniforme. Blanco y negro, colocando las mismas piezas, hora tras hora, día tras día. La monotonía invadiendo el lugar, absorbiendo a todos de tal manera que nadie se pregunta si hay algo más. El mismo sonido, metálico, de las piezas colocándose al mismo tiempo, que ciega los sentidos de la gente que trabaja allí. Están tan mecanizados que funcionan como simples engranajes más de esa fábrica gigante. Lo peor es que no tienen a alguien que abra una ventana que les permita ver que hay algún color en el mundo aparte del gris. Alguien levanta la cabeza y empieza a cuestionarse por qué el resto parece incapaz de reaccionar, de anhelar encontrar algo nuevo, ¿qué le diferencia?. Quizá tener esa tara es lo que le diferencia de los otros. No puede seguir al rebaño. Y quiere buscar algo para él. Decide salir de esa sala. Cree que pasará la eternidad recorriendo los entrecrucijados pasillos de esa fábrica. Y de repente ve algo. "¿Una puerta abierta?", se pregunta. Pero a cada lado del marco, dos enormes hombres grises lo miran con los ojos cargados de ira. Inmediatamente intuye que lo que busca está al otro lado de la puerta. Pero... pasar no va a ser un trabajo fácil, ni seguro. Pero es valiente y tiene confianza. Se levanta, imita la desidia de sus compañeros allá adentro y se acerca poco a poco a la libertad. Mientras se acerca encuentra unas marcas en la pared, probablemente hechas por alguien que ya no está allí. Sólo pone "Despierta". No entiende nada. "¿Es todo un sueño? Cierra los ojos con fuerza, obligando a su cerebro a que le dé una respuesta. Luego los abre. Nada. Sigue estando en la fábrica, rodeado de los mismos seres hipnotizados... Y entonces entiende que no es él quién debe despertar. Por lo que vuelve a la línea de fabricación y grita. Grita con todas sus fuerzas, saca toda la rabia que tiene dentro y luego mira abajo. Para de gritar. Silencio. Ya no se oye el ruido de la gente trabajando. Escucha pasos, levanta la mirada... Son los hombres grises. Tiene que reaccionar rápido. Ve que todos sus compañeros miran extrañados hacia dónde él está. Pero los grises ya lo pillaron, son máquinas de destrucción, llevan la pesadilla por dentro y a ellos ya no hay manera de despertarlos. Alguien pregunta "¿Por qué?", y se acerca al caído, luego otro compañero hace lo mismo. Están nerviosos, no saben qué pasa, pero sí que algo ha cambiado. Y, de repente empiezan a entender y miran con rabia a los hombres grises... Alguien susurra "color" y se vuelve grito. Los gritos empiezan a desquebrajar la pared y la luz entra. Todos gritan aún más fuerte hasta que un agujero se forma. No entienden cómo han podido pasar tanto tiempo dormidos. Ahora la luz les ciega los ojos, pero poco a poco, comienzan a ver. Hay color. Hay diferencia. Hay alegría. Hay un principio de rebeldía. No hay miedo. Los hombres grises ya no parecen tan peligrosos. Y en todo el desorden de colores, en el salvaje caos que acaba de romper su falsa calma, encuentran algo extraño: Libertad... Algo que les asusta, pero no tanto como no poder volver a ver esa paleta de colores que ahora tienen delante. Quieren esa libertad. Dejan que los colores les penetren, no buscan refugio en el gris, cada uno es su propia mezcla de colores. Acaban únicos y vivos.

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