Al pasar por la carretera de vuelta a casa, siempre se me gira el cuello hacia la zona aquella en la que vivías.
(Sí, lo sé, es algo peligroso. La mirada siempre fija en la carretera y las manos agarradas al volante. Nada de distracciones.)
Siempre, es una manía, miro hacia aquel edificio.
Y me pregunto si seguirás allí.
¿Cuántos años han pasado: ocho, nueve, puede que más, verdad? Porque hace unos siete que yo me fui.
Me tuve que ir, esta ciudad agobiaba, siempre decías que era muy pequeña para cualquiera de los dos. El límite era el cielo, ¿recuerdas?
Y ahora al volver, ver tu calle, tu casa, te echo de menos.
Como cuando vives fuera y añoras el mar.
Como cuando creces y añoras la ilusión de la Navidad.
Como cuando nos queríamos y nos despedimos.
Un par de veces estuve en un tris de no contarla,
¿Sabes? Me he lanzado sin red a todo lo que creía que podía ser bueno, o por lo que tenía curiosidad. Recuerdo que siempre me decían, desde pequeñito, que no fuese tan rápido, que no quisiese llegar antes que los demás, que no fuese el primero en probar la profundidad del río.
Y ahora me vuelvo a ver aquí. Hasta juraría que te he visto en la ventana, fumando, con los brazos apoyados en el quicio, sonriéndome y a punto de preguntarme "qué horas son estas de llegar" a buscarte.
Pero no, no estás.
Quizás sean las horas de viaje o el ver de nuevo esas ventanas lo que hace que vuelvas a mi mente.
Y aparco. Y aprieto fuerte la mano contra el volante. Y me pregunto por qué ostias he vuelto. Pero sé la respuesta. Como siempre, he vuelto por ti. Ni todos estos años han conseguido que te evapores de mi recuerdo.
Y lo mejor es que ni tú estás. Ni yo llegué a irme del todo de aquí.
viernes, 30 de diciembre de 2016
miércoles, 21 de diciembre de 2016
¿Otra vez, Doctora?
Llegó y se encontró a aquel chico, solo, sentado en una mesa, colocando cartas en un completo azar en un tapete mohoso y roído y se acercó a él.
- Soy la doctora López. Eres Karlos, ¿verdad?
Él levantó la vista y sonrió casi imperceptiblemente con la parte izquierda de su labio mientras asentía, tirando otra carta encima de aquel montón.
- Estoy aquí para ayudarte, ¿te tratan bien, estás contento con tus compañeros?
- Sí, doctora, aquí todos hemos cojeado alguna vez. Sólo hay que fijarse en cuál es el pie problemático de cada uno.- seguía sin levantar la cabeza del mazo, mientras una tras otra las cartas seguían cayendo.- Pero eso usted lo sabe bien, ¿verdad?
Tragó saliva, intentando aparentar una tranquilidad que en ese momento se iba escapando a demasiada velocidad, mientras se colocaba el pelo detrás de la oreja y leía el informe de su nuevo paciente:
"Karlos Goday, 34 años, ingresado tras un brote psicótico. Había intentado quemar un edificio entero una mañana sin que, tras investigaciones sobre su pasado, mediase ninguna acción en su contra".
Lo miró. Era bajito, no llegaba al 1´65. Debilucho. Delgado. Pero algo la hizo desconfiar. Quizá sería esa mirada, o la forma de sonreír. Algo estaba claro que iba mal en el cerebro de aquel chico que tenía delante.
- Sólo llevas una semana aquí, y por orden judicial. ¿Crees que es dónde deberías estar?
- Claro que es dónde debo estar. Intenté quemar un edificio con toda la gente dentro- dijo en tono jovial, mientras recogía las cartas y las barajaba.- Me pregunto por qué le extraña tanto...- clavó sus ojos en ella.
- No tenías antecedentes penales anteriores, ni arrebatos de ira, ni medicación que pudiese provocar esos brotes. Los informes dicen que jamás ni con tu familia ni con tu grupo de amigos habías estallado de manera violenta. Me han asignado tu caso y llevo unos días estudiándolo a fondo. Quiero comprender por qué lo has hecho. Aquí nunca has dado un problema. Tomas tu medicación, haces la tareas que te encomiendan, incluso tienes una buena relación con otros pacientes de este ala. No alcanzo a entender qué fue lo que te pasó por la cabeza para hacerlo.
- Es simple, doctora López. ¿Ve a Santiago, el que está sentado viendo la tele? Triple asesinato. Su mujer y sus dos hijos. ¿Alberto, el que está ayudando al celador a recoger el armario que se rompió esta mañana? Mató a su jefe y hasta ese momento era el empleado modelo. Y su mujer y la niña fuera.
Todos somos personas normales hasta que tenemos la oportunidad, doctora...- empezó de nuevo a colocar las cartas en el tapete- Hasta usted. Sólo hay que encontrar su aguja de marear.
- No, Karlos. Yo estudié la carrera y estoy aquí intentando ayudaros a todos vosotros.
- ¿Está segura?- sus ojos se volvieron a clavar fijos en ella- Mire a Alberto- la doctora giró hacia dónde el chico señalaba- Nómbrele a su mujer, pero por si acaso vaya pidiendo una inyección de calmantes antes. Cualquiera de nosotros somos el ejemplo perfecto de "el hombre es malo por naturaleza" como diría Hobbes. Una cerilla puesta cerca de la mecha y PUM, el petardo estalla. Parece mentira que usted no sepa que tomando un café en el Starbucks puede servirle el próximo Ted Bundy, o que aquella dependienta tan maja de H&M sea la nueva Charles Manson. Usted, como todos, también tiene una mecha. ¿Quién es Andrea, doctora?- sonrió mirándola.
- ¿Cómo conoces a Andrea?- preguntó asustada.
Un torbellino de imágenes aparecieron repentinamente y la marearon. Apretó dos dedos contra sus ojos, para intentar calmar un poco esa sensación de vértigo que le invadía y tras abrirlos de nuevo, todo había cambiado.
Un señor con bata blanca y barba estaba delante de ella.
- Clorpomazina para ésta, está teniendo un ataque...
Notó un pinchazo en el brazo y todo se hizo oscuro.
..
Horas después estaban en el comedor. Era el único momento en el que internos e internas podían estar juntos.
Un chico se sentó enfrente de ella, haciendo juegos de manos con un mazo de cartas.
- ¿Otra vez has sido doctora?
- Soy la doctora López. Eres Karlos, ¿verdad?
Él levantó la vista y sonrió casi imperceptiblemente con la parte izquierda de su labio mientras asentía, tirando otra carta encima de aquel montón.
- Estoy aquí para ayudarte, ¿te tratan bien, estás contento con tus compañeros?
- Sí, doctora, aquí todos hemos cojeado alguna vez. Sólo hay que fijarse en cuál es el pie problemático de cada uno.- seguía sin levantar la cabeza del mazo, mientras una tras otra las cartas seguían cayendo.- Pero eso usted lo sabe bien, ¿verdad?
Tragó saliva, intentando aparentar una tranquilidad que en ese momento se iba escapando a demasiada velocidad, mientras se colocaba el pelo detrás de la oreja y leía el informe de su nuevo paciente:
"Karlos Goday, 34 años, ingresado tras un brote psicótico. Había intentado quemar un edificio entero una mañana sin que, tras investigaciones sobre su pasado, mediase ninguna acción en su contra".
Lo miró. Era bajito, no llegaba al 1´65. Debilucho. Delgado. Pero algo la hizo desconfiar. Quizá sería esa mirada, o la forma de sonreír. Algo estaba claro que iba mal en el cerebro de aquel chico que tenía delante.
- Sólo llevas una semana aquí, y por orden judicial. ¿Crees que es dónde deberías estar?
- Claro que es dónde debo estar. Intenté quemar un edificio con toda la gente dentro- dijo en tono jovial, mientras recogía las cartas y las barajaba.- Me pregunto por qué le extraña tanto...- clavó sus ojos en ella.
- No tenías antecedentes penales anteriores, ni arrebatos de ira, ni medicación que pudiese provocar esos brotes. Los informes dicen que jamás ni con tu familia ni con tu grupo de amigos habías estallado de manera violenta. Me han asignado tu caso y llevo unos días estudiándolo a fondo. Quiero comprender por qué lo has hecho. Aquí nunca has dado un problema. Tomas tu medicación, haces la tareas que te encomiendan, incluso tienes una buena relación con otros pacientes de este ala. No alcanzo a entender qué fue lo que te pasó por la cabeza para hacerlo.
- Es simple, doctora López. ¿Ve a Santiago, el que está sentado viendo la tele? Triple asesinato. Su mujer y sus dos hijos. ¿Alberto, el que está ayudando al celador a recoger el armario que se rompió esta mañana? Mató a su jefe y hasta ese momento era el empleado modelo. Y su mujer y la niña fuera.
Todos somos personas normales hasta que tenemos la oportunidad, doctora...- empezó de nuevo a colocar las cartas en el tapete- Hasta usted. Sólo hay que encontrar su aguja de marear.
- No, Karlos. Yo estudié la carrera y estoy aquí intentando ayudaros a todos vosotros.
- ¿Está segura?- sus ojos se volvieron a clavar fijos en ella- Mire a Alberto- la doctora giró hacia dónde el chico señalaba- Nómbrele a su mujer, pero por si acaso vaya pidiendo una inyección de calmantes antes. Cualquiera de nosotros somos el ejemplo perfecto de "el hombre es malo por naturaleza" como diría Hobbes. Una cerilla puesta cerca de la mecha y PUM, el petardo estalla. Parece mentira que usted no sepa que tomando un café en el Starbucks puede servirle el próximo Ted Bundy, o que aquella dependienta tan maja de H&M sea la nueva Charles Manson. Usted, como todos, también tiene una mecha. ¿Quién es Andrea, doctora?- sonrió mirándola.
- ¿Cómo conoces a Andrea?- preguntó asustada.
Un torbellino de imágenes aparecieron repentinamente y la marearon. Apretó dos dedos contra sus ojos, para intentar calmar un poco esa sensación de vértigo que le invadía y tras abrirlos de nuevo, todo había cambiado.
Un señor con bata blanca y barba estaba delante de ella.
- Clorpomazina para ésta, está teniendo un ataque...
Notó un pinchazo en el brazo y todo se hizo oscuro.
..
Horas después estaban en el comedor. Era el único momento en el que internos e internas podían estar juntos.
Un chico se sentó enfrente de ella, haciendo juegos de manos con un mazo de cartas.
- ¿Otra vez has sido doctora?
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