Estabas rodeada de gente a la que recuerdo vagamente, nombres que estarán sumergidos en alguna carpeta en los archivos de mi memoria, nombres sin cara, cuerpos anónimos.
Y de repente desapareciste, te subiste en aquel coche azul y todo se fundió a negro.
Pasó un día, luego otro, luego otro, y así semanas y meses.
Hasta que de pronto, cuando ya estaba acostumbrado de nuevo a esa neblina que produce el alcohol en mi vista, nos volvimos a encontrar.
Entré en el bar, mirando al suelo, como un robot, sin mirar a nadie y confiando en que mis pasos me llevasen al sitio al que siempre me siento, esperando que un tercio me estuviese esperando, frío y abierto.
Y me dijiste "Eh, cuánto tiempo, ¿te apetece venir a dar una vuelta?"
Una oleada de luz me cegó, y allí estabas tú, en el medio y medio de aquel halo. Sabes que soy completamente ateo, pero eso es lo más parecido a la imagen que se tiene cuando se te aparece un santo que me puedo imaginar.
Y entramos en tu coche, tenías esa sonrisa que recordaba, algún tatoo nuevo, y sé que me estabas contando la historia de su por qué, pero sólo podía mirarte mientras me mordía los labios, aguantando las ganas de besarte.
Llegamos a tu casa. Me empujaste contra el colchón y yo me dejé caer, viendo cómo te alejabas para luego saltar encima de mi, entre risas.
Todavía recuerdo cuando te conocí. Eras aquel chico del fondo de la barra, el que siempre me hacía reír con sus ocurrencias. El de la mirada profunda y la sonrisa perpetua.
El que luego dejaba todo por venir a cantar conmigo haciendo el salvaje por aquellas carreteras dejadas de la mano de dios, sólo por el mero hecho de estar juntos.
Y sé que te rompí el corazón el día que decidí irme, pero no podía hacer otra cosa.
Y ahora al volver, sigues ahí, con esa sonrisa que tanto me sigue gustando.
Y no, esta vez no te voy a dejar escapar.
Así que volvamos a cantar nuestras canciones a voz en grito y a toda leche por la calle mientras te cuento mis aventuras todo este tiempo.
Volvamos a esa cama a la que me gusta empujarte y luego saltar encima de ti, mientras te muerdo el cuello y nos olvidamos de todo entre risas.
Convirtámonos en una fotografía y que este momento no se acabe.
Y sé que te rompí el corazón el día que decidí irme, pero no podía hacer otra cosa.
Y ahora al volver, sigues ahí, con esa sonrisa que tanto me sigue gustando.
Y no, esta vez no te voy a dejar escapar.
Así que volvamos a cantar nuestras canciones a voz en grito y a toda leche por la calle mientras te cuento mis aventuras todo este tiempo.
Volvamos a esa cama a la que me gusta empujarte y luego saltar encima de ti, mientras te muerdo el cuello y nos olvidamos de todo entre risas.
Convirtámonos en una fotografía y que este momento no se acabe.
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