Todo cambia. Nos hacemos viejos (sobre todo yo) pero hay cosas que todavía permanecen: el cariño de la gente, las sonrisas y el buen rollo con algunos amigos. Hoy he visto a varios y me han felicitado casi todos. Pero una persona me ha hecho especial ilusión verla. He vuelto a ver esos ojos mirar cómo hacía tiempo que no lo hacían. He vuelto a escuchar su sonrisa y también que mantiene ese poso de sabiduría que tanto me gusta. Sigue siendo la misma persona que conocí y a la que tanto quiero, aunque haya estado una temporada bastante ausente. Pero ahí sigue, y estoy seguro de que volverá.
A veces recordar momentos pasados al lado de una cocacola viene bien. Cogemos perspectiva y analizamos las cosas con mucha más calma. Recordamos quiénes éramos, de dónde venimos, qué nos ha llevado a estar dónde ahora estamos. Y a veces también recordar renueva la energía que necesitamos para acometer algunos cambios y para saber que no estamos solos, que siempre va a haber una mano amiga para ayudarnos a levantar y sacudirnos el polvo de la caída. Tenemos que tropezar para saber que estamos aprendiendo, tenemos que fallar para llegar a la solución idónea de las cosas, tenemos que enfadarnos para echar de menos a quién nos avisó en su momento de que no íbamos por el buen camino, y también tenemos que perdonar cuando somos nosotros los que avisamos.
Tengo 31 años y he aprendido y reflexionado bastante sobre esto y me he dado cuenta de cómo quiero ser y con quién quiero estar, la gente a la que no quiero perder jamás en la vida.
Y hoy los he visto.
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