martes, 1 de abril de 2014

La Bailarina y el Soldado

Ella paseaba por un mercadillo de antigüedades cuando la vio. Era una bailarina antigua, ejecutando un relevé.  Se enamoró de aquella figurilla al instante; era igual a una que su abuela tenía en la mesa camilla de su casa.
¿Cuánto vale?”, preguntó, sabiendo que por mucho que aquella vendedora pidiese, ella lo pagaría.  
He visto cómo la mirabas, yo también me enamoré de ella cuando me la regalaron. Si tienes 10€, es tuya, pero tienes que prometerme que la cuidarás mucho, y si tienes que regalársela a alguien, ese alguien ha de ser muy especial”, respondió sonriendo. La chica sacó un billete de 20 y lo guardó en la mano de la señora, que agradeció el gesto con una sonrisa cómplice.
Años, muchos años después, el día del 19 cumpleaños de su nieta, la chica que había comprado aquella bailarina decidió regalársela.

Tío, no sabes lo que me he encontrado en el baúl de mi viejo. ¿Te acuerdas de los míticos soldados de cuándo éramos pequeños?”, su amigo asintió, “Pues mira esto”  Era un soldadito de plomo español:  un lancero de los tercios con su sombrero y armadura de hojalata, la capa marrón sobre los hombros, el cinturón con el sable, la lanza, el jubón y los bombachos amarillos y las medias aborladas rojas. “¿Tú sabes cuánto puede valer esto?” El signo del euro apareció en los ojos de los dos chavales, que se las prometían muy felices, yendo a vender aquella valiosa reliquia. Pero no contaban que su primo mayor escuchaba detrás de la puerta, y, sabiendo que a su novia le gustaban esas cosas, decidió que sería para él, un perfecto regalo de compromiso.
Seis meses después se habían casado y, coronando el mueble de la casa, allí estaban la Bailarina y el Soldado.
Te he echado de menos”, dijo la bailarina, mirándolo. “¿Cuántos años han sido, ochenta?

Quizá alguno más”, contestó él, agarrando su mano, “pero sabía que antes o después volveríamos a vernos. Lo nuestro no podía terminar así. Ni la distancia ni el tiempo podría hacer que te olvidase

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