Aquel día decidí escaparme, lejos, lo más lejos que pude, cogí una mochila, el dinero que me quedaba y me lo fundí en beber sin solución de continuidad. Una noche se juntaba con la otra, bañada en cerveza y ron barato, mientras dormía en la parte de atrás de mi coche.
Iba buscando algo, todavía no sé el qué, entre las habitaciones de pensiones de mala muerte.
Sitios en los que pudo haber estado cualquier otro, cualquier persona que huyese de su vida.
Encontré diarios con anotaciones de gente anónima, fotos de momentos que alguna vez fueron felices, incluso una pistola en un cajón...
En ese momento me dije: "Bien, ya has llegado hasta aquí, incluso después de haberle jurado que nunca te rendirías... Pero parece que esto te hace feliz, ¿no?", pensé mirándome al espejo, "¿entonces a qué viene esa cara?"
Al día siguiente, tras despertar en una cama de sábanas amarillas y corroídas por la lejía, me duché en agua fría y bajé al bar a desayunar. En mis cascos sonaba una canción triste de una cantante country, pero la dejé mientras mojaba unas tostadas requemadas en un colacao de aspecto dudoso.
Pensé en cómo estaba, mientras mordía aquello: "Todo el mundo pasa por estas épocas", intenté autoconvencerme.
"Has llegado hasta este punto por no coger el camino difícil, ¿tanto te costaba estar conmigo viendo películas en la cama, o desayunando a mi lado?" juro que oí tu voz.
"Está bien, aún sigo pedo", pensé contestándote, "Nunca querrías presentarme así a tus padres..."
Sí, haberme alejado era la mejor decisión, así nunca, nunca jamás te haría daño. ¿Pero por qué, si tan claro tenía esto, el reflejo de la cafetera me devolvía mi sonrisa triste...?
Ahora me veo, tan sumamente lejos de allí, pero voy a coger la mochila, el dinero que me queda, y beber brindando por aquel tiempo que estuvimos tan sumamente bien juntos, porque, qué cojones, ese tiempo ya no nos lo va a quitar nadie...
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