Desde que tenía uso de razón siempre salía de casa con su mochila.
Llevaba un par de libretas, unos rotuladores, un boli, por si la inspiración aparecía.
Llevaba un balón, un pequeño balón de fútbol sala, por si en medio de uno de sus paseos, le apetecía soltarse y desfogar chutando contra una pared.
Pero sobre todo llevaba fotos. Fotos de sus amigos, de su verdadera familia.
Hasta que llegó un día en el que llegó a un sitio que le entusiasmó.
Pero ese sitio era distinto a todo lo que había conocido.
Era un sitio serio, un sitio en el que tenía que dejar cosas atrás, tenía que dejar cosas importantes de su pasado.
Sopesó en la entrada todo aquello.
Momentos vividos o futuro prometedor.
Vivir en las nubes o poner los pies en el suelo.
Peter Pan o Peter Banning.
Nada o todo. Todo o nada.
Soltó su brazo derecho de la mochila, se quitó la gorra y la guardó dentro.
Si lo iba a hacer no podía mirar atrás.
Entró con una sonrisa, imitando la de aquella chica que le abría puerta.
Ahí quedaban, para siempre, el fútbol, las historias y la gente que ya no volvería a ser parte de su vida.
En aquella pequeña mochila, pintada, y llena de recuerdos durante tantos años.
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