Hay cosas que me cuesta un huevo explicar.
Y una es ese magnetismo que tienen algunas personas.
Personas que con una mirada hacen que no quieras apartarte de ella ni el más mínimo instante.
Personas que, con dos palabras, porque no hacen falta más, hacen que todo alrededor cambie.
Personas que sabes que han sufrido y que sufren, pero que nunca jamás tienen una mala palabra para la gente a la que quieren.
Personas a las que, una vez que las ves felices, sonriendo francas, no puedes olvidar esa cara y esa risa.
Personas que, a la vez que te cuidan, quieres cuidar sin condiciones, y lo quieres hacer siempre.
Siempre fui muy de admirar a ese tipo de personas magnéticas.
Siempre fui muy de admirarte. Y creo que siempre lo seré.
domingo, 27 de marzo de 2016
jueves, 24 de marzo de 2016
La Pastilla
Me veo sentado en ese portal, como siempre con música en mis cascos.
Sé que es de noche porque todo está oscuro y no se escucha ni el ruido de los grillos.
Ese extraño momento en el que ya se acabó la hora de la fiesta pero aún no empezó la hora de la vida normal, y veo que tengo una botella de algo que parece calimocho en la mano.
Y al abrir los ojos dos lágrimas calientes, como si salieran del infierno, bajan por mi cara helada, mezclándose con la escarcha de mi barba de tres días.
Y sé perfectamente qué motivo las lleva a caer a esa velocidad.
No puedo seguir así contigo. No puedo ser siempre el comodín al que recurres, no puedo ser tu anestesia, tu lugar de paz, porque mi mente acabará siendo un caos cuando resurjas.
Miro la botella, y con dos compañeras de las anteriores lágrimas de nuevo resbalando por mi cara, doy un largo trago. La garganta me rasca, el vino está caliente y la cocacola ha perdido ya todo el gas, pero sigo bebiendo y llorando.
Bebiendo y llorando.
Bebiendo.
Llorando.
Y empiezo a correr, mientras un batería marca mi ritmo de carrera, aunque a trompicones.
No quiero ir a casa.
Sólo correr, sin dirección.
Correr hasta romper del todo.
Correr hasta curarme de esa enfermedad en la que eres síntoma y cura a la vez.
Pero siempre hay algo que me llama a volver a ti, a ese punto de paz en el que vivimos ambos. Ese punto de guerra en algunos momentos. Ese punto de gloria en otros.
E intento mirar adelante, ver otras caras, otras nuevas versiones de ti, pero no, tu cara se aparece siempre, como un recordatorio de a dónde debo volver.
Paro, respiro, vomito. Algo de lucidez parece volver a mi mente.
Quiero volver a casa.
Quiero verte sonreír.
Quiero que tú seas la pastilla que cure este insomnio.
Sé que es de noche porque todo está oscuro y no se escucha ni el ruido de los grillos.
Ese extraño momento en el que ya se acabó la hora de la fiesta pero aún no empezó la hora de la vida normal, y veo que tengo una botella de algo que parece calimocho en la mano.
Y al abrir los ojos dos lágrimas calientes, como si salieran del infierno, bajan por mi cara helada, mezclándose con la escarcha de mi barba de tres días.
Y sé perfectamente qué motivo las lleva a caer a esa velocidad.
No puedo seguir así contigo. No puedo ser siempre el comodín al que recurres, no puedo ser tu anestesia, tu lugar de paz, porque mi mente acabará siendo un caos cuando resurjas.
Miro la botella, y con dos compañeras de las anteriores lágrimas de nuevo resbalando por mi cara, doy un largo trago. La garganta me rasca, el vino está caliente y la cocacola ha perdido ya todo el gas, pero sigo bebiendo y llorando.
Bebiendo y llorando.
Bebiendo.
Llorando.
Y empiezo a correr, mientras un batería marca mi ritmo de carrera, aunque a trompicones.
No quiero ir a casa.
Sólo correr, sin dirección.
Correr hasta romper del todo.
Correr hasta curarme de esa enfermedad en la que eres síntoma y cura a la vez.
Pero siempre hay algo que me llama a volver a ti, a ese punto de paz en el que vivimos ambos. Ese punto de guerra en algunos momentos. Ese punto de gloria en otros.
E intento mirar adelante, ver otras caras, otras nuevas versiones de ti, pero no, tu cara se aparece siempre, como un recordatorio de a dónde debo volver.
Paro, respiro, vomito. Algo de lucidez parece volver a mi mente.
Quiero volver a casa.
Quiero verte sonreír.
Quiero que tú seas la pastilla que cure este insomnio.
martes, 8 de marzo de 2016
Tú (Siempre)
A veces es divertido ver cómo le damos vueltas a las cosas, tanto tú como yo que somos reservados para expresarnos.
Hemos estado con pasta y sin un duro, pero ahora, cuando nuestra suerte cambie de nuevo, molaría tener un casoplón a pie de playa, y estar tiraos en la terraza, riéndonos de los peces de colores.
Pero por ahora no puedo hacer más que escribir, (aunque no estaría mal saber dibujar, me encantaría, como a Leo DiCaprio, dibujarte como a "una de sus chicas francesas"), así que procedo a juntar unas cuántas letras. Y sí, será otra chorrada ñoña como la que muchas veces escribo, pero esta es para ti, así que espero que no te moleste que diga que mi vida sería millones de veces peor si no estuvieras cerca.
Yo, que antes podía estar sin levantarme de cama cuando estaba deprimido, o dándome cabezazos contra una pared imaginaria por no poder resolver las cosas, ahora sólo noto como la inspiración viene tras verte o estar hablando contigo. Y ahora hasta la lluvia no me incomoda un lunes, o cualquier día, si sé que en algún momento acabaré viéndote y eso es porque sabes cómo animarme, qué decir, cómo sonreírme para que los problemas vuelen.. Y a veces me enfado, o me rayo por tonterías, ya sabes cómo soy, y de repente llegas y me miras con esos ojos llenos de cariño, esos ojos que se ríen al verme hacer el idiota... Esos ojos por los que sería capaz de dar la vuelta al mundo, bajar al infierno, subir al cielo, incluso cruzar puentes que cruzan carreteras...
Y te diría lo que ya sabes, así que, léelo en mi mente, que yo ya sé cómo será tu cara tras leerlo. ;)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)