A veces me siento en el sofá con la ventana abierta, dejo que el aire frío entre y me espabile.
Que me baje de las ensoñaciones que suelo tener. Esas ensoñaciones en las que todo acaba, nada tiene sentido y sólo veo un descanso eterno. Y, aunque como diría Sheldon Cooper: "¡No estoy loco, mi madre me hizo pruebas!", me pregunto qué cojones hago aquí, por qué sigo con esta pantomima.
Entonces la veo. Y todos pensamientos de repente se volatilizan, desaparecen como si jamás hubiesen estado allí. Todo vuelve a cobrar sentido cada vez que veo el brillo ilusionado de sus ojos.
Y aunque a veces piense que todo el peso del mundo me cae encima a mi, que parece que un Concilio de Tuertos y que el mismísimo Murphy se han aliado para mandarme toda la mala suerte del mundo, que los gatos negros del barrio me esperan en el portal, que los espejos se rompen a mi paso y que vivo en el nº13, Calle Melancolía, siempre aparece ella para espantar toda la mala suerte y ayudarme a ponerme derecho con solo agarrarme la mano.
Y puede parecer que soy una persona despreocupada, un vivalavirgen, un rollingstone, pero mis inseguridades hacen que la mitad de los días de mi vida los haya pasado mirando un techo mientras mi cabeza daba vueltas en el silencio más absoluto de la noche, sabiendo que en unas horas iba a salir el sol, las gaviotas iban a empezar a gritar y la vida en el barrio iba a comenzar de nuevo.
Y entonces la veo...
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