Hacía frío fuera. Mucho frío. Pero no les importaba. Allí
estaban ellos dos. Después de tanto tiempo esperando al fin habían conseguido
sacar tiempo para poder estar juntos.
Días antes ella había conseguido el contrato del año para su
empresa y él había aterrizado después de un viaje transoceánico y tenía varios
días libres.
“Te espero aquí” rezaba la nota que le había dejado pegada
en la nevera a su chico: una foto de una
pequeña casa rural en la sierra.
Al entrar había una mesa preparada con y un mantel con un par de vasos y una cubitera, todavía
vacía. Ella sonrió y se quitó el abrigo, apoyándolo en el sofá.
Subió a la habitación y allí oyó el ruido de la ducha. Él ya
estaba allí. Salió abrochándose una
camisa lisa, azul oscura, que a ella le encantaba.
-Hola cariño- guiñó el ojo sonriendo.
-Ahora me toca a mí…- dijo dejando caer su blusa, camino de
la bañera, y dándole un ligero cachete- Hola querido.
Al salir de la ducha, con un vestido azul de vuelo y el pelo
recogido, vio la chimenea encendida, con un pequeño fuego, que apenas iluminaba
aquella pequeña pero acogedora sala. Él la esperaba sentado en la alfombra,
ofreciéndole uno de los vasos. Se acercó
y se arrodilló en esa alfombra en la que había dos lobos retorciéndose,
cogiendo el vaso, mientras lo llenaba hasta la mitad de un tinto, que parecía
riquísimo.
Se miraron, sin palabras brindaron, comiéndose con los ojos,
mientras él acariciaba con calma su hombro, subió por su cuello y silueteó sus
labios, mientras ella reía quedamente.
-“Podría estar aquí todo el tiempo del mundo”- susurró en su
oído, besándola luego.
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