Desapareció, como desaparece alguien que está harto de todo.
Más aún, como alguien que está harto de todo lo que es.
Cogió un par de cosas, las metió en una mochila, se puso unos cascos y dejó que la música ensordeciera todo a su alrededor.
Empezó a andar mientras Gwen Stefani le pedía a su novio que no dijese nada.
Le pareció irónico que su móvil siempre eligiese la canción perfecta para el momento que vivía: "Don´t tell me cause it hurts". Sonrió otra vez, una sonrisa de dolor, pero sonrisa al fin y al cabo. Algo que no pasaba desde hacía varios días.
Siempre, por su mala cabeza, metía la pata en el momento en el que teoría mejor estaba. Un auto boicot que se repetía una y otra vez en el tiempo. Parecía que su mente, bajo la influencia de su alter ego, no dejaba que su otra parte pudiese disfrutar de poco más de un mes de felicidad. "Una piedra en el camino, me enseñó que mi destino era rodar, y rodar..." sonaba ahora a toda voz en sus oídos.
-"Hasta los huevos de la piedra"- pensó.
Sabía que tampoco era culpa de su otro yo, ese que siempre aparecía en los "mejores" momentos.
-"Si uno tiene un tigre como mascota y no lo deja metido en la jaula, se arriesga a que un día ese animal salga y destroce todo a su paso".
Pero ahora toda la casa, toda su vida, todo lo que siempre había querido estaba patas arriba. Y él, sinceramente estaba cansado de recomponer una y otra vez los pedazos de algo que ni con el mejor de los pegamentos se podría volver a levantar.
Miró sus tatuajes, con nostalgia, con un brillo en los ojos que mentalmente le transportaba a los buenos momentos vividos con ella, con sus amigos, con su familia.
Pero ahora necesitaba salir de todo aquello.
Siempre había sido un chico independiente.
Siempre había querido hacer lo que ahora estaba haciendo.
Siempre había necesitado cerrar aquella puerta para volver algún día a abrirla, un día en el que ya nada hiciese volver a aquel otro él que tanto odiaba, pero que a la vez tanto necesitaba.
Era un lobo con piel de cordero, un hijoputa con máscara de santito, un Batman vengativo metido en el traje de un Bruce Wayne generoso.
Ese viaje, tanto mental como literalmente, le vendría bien.
La persona que volviese a casa sería el que de veras sería él.
Los que quedasen cuando volviese ya podrían elegir si valía la pena el hombre que sería al volver.
Se subió al autobús, dejó la mochila en el asiento de al lado y cerró los ojos embebiéndose en la música. No abriría los ojos hasta que llegasen al punto final del trayecto. Una vez allí, todo sería nuevo, él podría ser él, o quizá otra persona, o quizá ese hijoputa que tanto odiaba.
Ese era su problema, siempre había actuado, y ni siquiera sabía quién quería ser.
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