Se quitó la venda que tapaba su cara, los días volvían a ser claros, el césped verde, la gente a la que había conocido mientras estaba convaleciente en el hospital ahora tenía un rostro al que asociar su voz. Sobre todo una voz en particular, la que todas las noches, durante un ratito, se acercaba y le leía un libro de relatos cortos, sólo para que se sintiese mejor. Pero no alcanzaba a distinguirla entre toda aquella amalgama de sonidos e imágenes que le preguntaban cómo estaba y le daban la enhorabuena por la operación. Sonreía, pintando una mueca alegre en la cara y, buscando con su recién, después de muchos años, recobrada vista, aquella voz que le contaba historias sobre reinas y príncipes, sobre parejas que se acaban de conocer, sobre historias de amor y desamor, sobre la vida, la triste vida humana...
Cuando se calmó un poco el bullicio y dejaron que se volviera a acostar, para descansar otro rato más, se tumbó en la cama, pero no cerró los ojos, no quería tener otra vez la sensación de ceguera que le había acompañado hasta ese momento.
Y de pronto, una voz sonó por el pasillo.
- ¿Ya está bien? ¡Qué alegría!
"Era aquella voz", pensó con júbilo y se incorporó de la camilla. Se trastabilló al no tener la costumbre de caminar sin su bastón y miró con un ligero terror cómo el suelo se acercaba.
-Eh... ¿A dónde ibas?- preguntó sonriendo.
Levantó la cabeza y vio aquella cara, aquellos ojos que brillaban.
"Tal y como imaginé", pensó.
- A conocer a la voz que me contaba todos aquellos cuentos...- contestó agarrando con firmeza la mano que le sostenía y levantaba, y sabiendo, en su fuero interno, que le iba a costar mucho dejar de apretar aquella mano en lo que le quedase caminando por el mundo...
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