Reza, pide ayuda, que a mi la verdad, me la bufa. Así que anda, ve despidiéndote del público, que te concedo eso.
Apareceré en el medio de la noche, o quizá del día. Puede que esté allí ahora, cuando te levantes a mear, esperándote con un cuchillo bailando entre mis dedos, una sonrisa en la cara y los ojos inyectados en sangre. No sé si cortarte en trocitos para que los forenses recuerden su infancia montando puzzles, me lo estoy pensando.
Y lo mejor es que no me estás viendo pero yo a ti sí. Ahí estás, tan tranquilo, cogiendo galletas y leche, con legañas en los ojos y rascándote el culo por dentro del gallumbo, cacho cerdo.
Sé que mucha gente alucinará al encender la televisión y ver que su querido pueblo en el que nunca pasa nada, es noticia por el más brutal asesinato de la historia de este país, pero también sé que otros muchos se alegrarán y me envidiarán por no haberlo hecho ellos.
Pero quiero disfrutar de esto. Te voy a seguir a una distancia prudencial. Por dentro estoy disfrutando más que un niño con su juguete preferido el día de Reyes y de tanto reírme hasta está empezando a dolerme la mandíbula. No sabes lo bien que me lo estoy pasando, tío. Quizá uno de los mayores placeres de la caza no sea la caza en sí, si no ese momento, agazapado, en el que sé lo que va a pasar a continuación, pero tú, mi presa, no tienes la más remota idea.
Cuando acabe esto, pienso ir a comerme un buen plato de pulpo, incluso lleno de sangre, imagina lo igual que me da todo mientras tú estés a tres metros bajo tierra.
Casi las diez de la mañana y entras en la ducha. Quizá como en Psicosis empiezas a tener miedo al oír cosas fuera. "Estoy solo en casa", supongo que pensarás, mientras intentas tranquilizarte y meter ese cuerpo escombro en el agua. Pero no, no estás solo. Dile hola a mi amiguito. Bueno, no, dejemos que sea él quién te salude. Pero todavía no. Me doy una vuelta por tu piso mientras oigo como destrozas una canción de Bon Jovi en el baño, creyéndote que estás ante diez mil espectadores en el Madison Square Garden.
Tu ropa hortera tirada en la cama, tu móvil desbloqueado, con el whatssapp abierto.
Bingo. Voy a echar una ojeada.
Las arcadas que me entran al ver tus conversaciones hacen que casi me precipite y entre en el servicio a potarte encima mientras te acuchillo, pero consigo controlarme. Si antes lo tenía claro, ahora se han multiplicado mis ganas de hacerte daño.
Abro una ventana y el aire me relaja y hace que las naúseas que me han provocado ver tus fotos se evaporen y oigo que sales de la ducha.
Acaba de llegar mi momento. Oigo redobles de tambor en mi cabeza y empiezo a dar pequeños saltitos de emoción.
Entras en tu habitación. Estrujas un bote de gomina que estaba tirado en el suelo y te echas como un kilo en la mano, mientras te lo untas en el pelo hacia atrás.
Aún no me has visto.
Y a mi me encanta la teatralidad.
Me pongo en el ángulo exacto para que al mirarte en el espejo para colocar esos cuatro pelos que tienes, mi reflejo te sorprenda.
Tu cara de susto es impagable, y mi saludito de niño bueno no hace más que acrecentarla.
- Buenos días, hijo de puta- digo en tono jovial, mientras salto a tu cuello.
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