"Nunca sueño", me dijo un día, sentado en el sofá de la sala de estar de casa, con una ojeras dignas de un oso panda, "¿Me explicas de qué vale soñar? Sólo frustra. No quiero esperar algo que puede que jamás pase."
"Eso es muy triste, tío, ¿no tienes aspiraciones, no quieres ser nada el día de mañana? No me lo puedo creer... Nos conocemos desde que éramos niños, ¿te acuerdas cuando querías ser médico para ayudar a la gente?, ¿dónde ha quedado ese chaval?"
"Oh, eso tiene una respuesta facilísima: ese chaval desapareció en el momento en el que no pude estudiar por no tener dinero", respondió encendiendo un cigarro.
"Bueno, eso tiene sentido", le cogí otro para mi, "¿Y ya tampoco sueñas con Yure?", lancé la pregunta al aire, sonriendo sarcástico.
"Sabes que eso está más que acabado. Murió hace mucho, y la verdad, tiene cojones que me lo preguntes...", se levantó y fue hacia la ducha, "¿Me puedes pillar la mochila en la habitación mientras me ducho?"
"Claro tío, sin problema".
al entrar en la habitación me quedé extasiado. Encima de la cama, en un bloc abierto, había montones de láminas. Algunas con Yure dibujada de cuerpo entero, otras de sus ojos verdes, o de su sonrisa.. Había una, absolutamente espectacular, en la que ella estaba sentada en el quicio de una ventana de la casa rural que habíamos alquilado muchísimos años antes.
"No soñarás con ella" pensé mientras cogía su mochila e iba hacia el cuarto de baño, "pero no puedes quitártela de la cabeza todavía".
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