lunes, 7 de julio de 2014

El Samaritano y el Solidario

Os voy a contar una historia, que hace tiempo que no uso esa frase...
"Una vez, caminando por el desierto, un hombre cayó a un hoyo que había. Pasó un par de días allí dentro, maldiciendo su suerte, cuando de pronto vio que alguien pasaba.
- Por favor, viajero del desierto, ayúdame, me he caído en este agujero hace dos días, tengo hambre y frío...
Sin pensarlo dos veces, aquel caminante se lanzó hacia el agujero. Una vez allí, lo subió a hombros intentando que pudiera alcanzar el borde de aquel boquete para poder salir. El primer hombre, una vez se vio fuera, de la alegría se fue, felicitándose por su suerte, y dejando a su ayudante en el mismo sitio que él acaba de abandonar.
Pero de cuando en cuando, la suerte vuelve, y en ese momento, otra persona apareció en escena.
- Ayúdame, he caído en este agujero y no puedo salir- gritó.
El joven caminante se paró. Miró hacia el agujero y luego a su alrededor. Había un árbol apenas a unos dos metros del agujero. Abrió su mochila, sacó una cuerda que llevaba y la ató al tronco de aquel árbol y luego a su cintura. Poniéndose en el borde del agujero estiró su mano hasta coger la del hombre ayudándolo a salir de allí."
Esta historia, aunque no era del todo así, si no una versión, me la contó mi tío Kike en uno de mis veranos en Cangas, y me dejó pensando toda aquella noche.
La moraleja que saqué de todo aquello fue que uno puede intentar ayudar de dos maneras: La samaritana y la solidaria.
La samaritana es a la que te lanzas a ayudar sin pensar en las consecuencias, sólo quieres ayudar sin pensar cuál puede ser la mejor manera, si te cuesta o no, o si la respuesta de la persona ayudada es la que tú esperas que sea, es decir, una respuesta positiva, en la que el ayudado no te dejará hundido en el agujero.
La solidaria es en la que ves el problema, analizas las posibles soluciones, y ayudas, pero siempre usando también la fuerza del ayudado, para que, una vez solucionado, ninguno de los dos protagonistas de la situación sufra daño alguno.
Yo, personalmente, he sido las dos partes de esta historia. Me he tirado a intentar salvar a la gente sin pararme a pensar en qué podría salir mal y unas cuántas muescas en mi alma podrían atestiguar eso. Ahora procuro ser, no lo contrario, si no el que espera, sentado en el borde del agujero, que la persona que necesita ayuda estire la mano. Últimamente me gusta decir que soy el que está sentado encima de la piedra que está al lado del río en el que la gente prueba cómo es de hondo con los dos pies. Y si alguna vez hace falta mi mano para salir del agua, allí estaré.
Y creo que es una buena manera de vivir.

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