Estaba a punto de anochecer cuando llegó a su sitio preferido. Se soltó el pelo, se descalzó, y, remangándose la falda, se sentó en una piedra.
Le gustaban mucho aquellas vistas: el mar, enorme y azul, se extendía ante sus ojos verdes, y el sol, pequeño y rojo, parecía mirarla desde el medio del océano, despidiéndose de ella hasta el día siguiente.
Pensaba en cómo le iba el día, en todas las cosas que habían sucedido, en lo que le iba costando sacar el día a día. Hablaba de su novio, de sus momentos buenos, de su futuro juntos... De lo que la querían sus amigos, que, aunque ahora algo alejados, siempre estaban cuando los necesitaba.
Pero de un tiempo a esta parte, la sonrisa con la que disfrutaba de aquellos minutos ya no estaba.
Un día, se sentó, y empezó a acariciar la piedra, hablando sola.
"Ya nada es como antes, mira que lucho y lucho porque todo vuelva a la normalidad, pero cada vez cuesta más, es duro, pero sé que jamás bajaré los brazos, yo no era así..." apoyó con fuerza la mano a la piedra, y un nuevo brillo afloró a sus ojos, "Yo no soy así".
Día tras día, volvía allí, siempre a la misma hora, siempre a la misma piedra, y, como conversando con aquel lugar, resumía su vida, y cada vez que se levantaba para volver a casa, un nuevo impulso le hacía afrontar su vida con más energía, más positividad, más amor por sí misma.
Meses después dejó de ir, había cogido las riendas y al fin había vuelto a ser feliz, se había dado cuenta que lo principal de su vida era ver aquella sonrisa que, tras tanto tiempo de lucha, había recobrado.
Una gota empezó a resbalar encima de aquella piedra en la que siempre se sentaba.
De tanto escucharla, aquella piedra se había enamorado de la rubia de los ojos verdes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario