martes, 22 de julio de 2014

Eterna Sonrisa

Abrió la puerta, dejando las bolsas en la entrada y dejando caer las llaves en la mesilla de la entrada. Apagó la música y recogió los cascos, tirándolos hacia el salón, mientras se quitaba la chaqueta.
- ¡Hola!- gritó, sin recibir respuesta.
Extrañado, asomó la cabeza hacia el pasillo y vio la puerta del salón cerrada. Quizá Antía estuviese en la habitación, recogiendo cualquier cosa y no le había oído.
Se recogió el pelo con una diadema, como siempre hacía al llegar a casa y fue hacia la cocina. Abrió la nevera, cogió una cerveza, la abrió y dio un gran sorbo. Se sentía seco, y el frescor inundó su garganta, llevándolo a un nuevo estado de relajación. Entró en el salón y fue hacia la terraza. Estaba anocheciendo y desde allí la puesta de sol era espectacular. De hecho, habían escogido aquella casa precisamente por eso. Les encantaba. Decidió proponerle cenar una ensaladita mientras charlaban con un par de cervezas y música de fondo. Una buena manera de terminar un lunes.
Volvió adentro de la casa y abrió la puerta de la habitación. Se trastabilló y la cómoda de la entrada cayó al suelo. El ruido fue estremecedor, pero él quedó de rodillas, con la cerveza en la mano.
"Tienes que llamar a una ambulancia" oyó decir a su propia voz, "Antía está bien, sólo tienes que llamar a una ambulancia". Sabía que no era así. Antía no estaba bien y no iba a volver a estarlo jamás. Nunca podrían tener hijos, nunca volverían al cine, nunca estarían tomando una ensalada, conversando entre cervezas y música. Una sensación de ahogo se estaba apoderando de él. Una mezcla de ganas de gritar, llorar, golpear todo lo que le rodeaba, intentando volver atrás... Pero su cuerpo seguía allí, de rodillas, tieso al lado de la cómoda, con los ojos fijos en el cuerpo, que miraba hacia dónde él estaba, de Antía, cuyos ojos parecían pedirle perdón.
Oyó la puerta, pero como un sonido lejano, tamizado por unos grandes cascos que sólo le filtraban palabras sueltas a su cerebro.
- ¡¡¡¿¿Qué ha pasado, Kako??!!!- gritó uno de los vecinos, mientras otro llamaba a la ambulancia.
Deberían haber entrado con las llaves que ella les dejó cuando, hacía un par de meses se habían ido de vacaciones.
No pudo contestar, sólo lo miraba sin saber qué decir, sin saber por qué él estaba allí. Sólo quería que nada de eso estuviese pasando. "Tienes que contestarles, tienes que levantarte y empezar a tomar las riendas de esta situación", escuchó de nuevo una voz idéntica a la suya, ordenándole moverse. Sabía que era lo correcto, pero su cuerpo seguía sin responder. No quería moverse. Tenía la sensación de que, volviendo a la velocidad en la que todo el mundo se estaba moviendo menos él,  la muerte de Antía sería real. Y ya nunca volvería a sonreír cuando la viese dormida, ni a secarla tras salir de la ducha, ni a jugar con ella. Ya nada existiría. Nunca más.
Sus ojos de repente se fijaron en su mano izquierda, que todavía mantenían firmemente agarrada la cerveza. Levantó la vista y vio que tanto Jose como Manu, sus vecinos, estaban al lado de la cama, llevándose las manos a la cabeza mientras llamaban a la policía.
Era su momento. Golpeó con furia la cerveza contra la cómoda, partiéndola por la mitad. Se salpicó la cara, pero una sonrisa se pintó en su rostro al ver la forma en punta que tenía una de las partes de la botella rota.
-¡¡¡NOOOOO!!!- gritó Jose intentándose lanzar hacia Kako.
Demasiado tarde.
La sangre manaba a borbotones de su cuello, ahora cortado, mientras el cuerpo del chico caía de espaldas, mirando al techo ya con una eterna sonrisa.

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