Todos los días, al menos una hora, pasase lo que pasase, recordaba todos lo momentos que pasaron juntos. Era un ejercicio de autocompasión. Le encantaba sentirse así. Podría decirse que le gustaba sufrir por ella. Y me lo contaba. Yo le escuchaba atento, un día tras otro, e intentaba hacerle ver que eso no era sano. Que nunca más volvería a verla, que ya había acabado todo. Le recomendé irse de vacaciones lejos de aquí, que conociese a otra gente, que se volviese a fijar en otras mujeres. Y me hizo caso, conoció a una mujer perfecta.
"Es impresionante tío, es todo lo que podría buscar. Es cariñosa, es guapa, es una de las mejores personas que he conocido", me dijo, "pero hay un problema, ¿sabes?
"¿Cuál?", le pregunté yo, aún sabiendo la respuesta.
"No es ella"
Me esperaba esa respuesta, yo conozco a esa chica. De hecho conozco a las dos chicas. Una es su pasado: una persona muy dura, muy difícil es no fijarse en ella, una chica inteligente, muy centrada y también cariñosa. Cualquier hombre podría enamorarse de ella. La otra es la novedad: ese soplo de aire fresco, la mujer de la sonrisa permanente y los ojos vivarachos, una belleza increíble unida a una inteligencia y una seriedad como pocas veces he tenido el placer de conocer.
Entiendo que mi amigo dude entre las dos. Pero una cosa es el pasado y otra el futuro. Una ya salió de su vida, por más que se empeñe en negarlo y la otra no ha entrado, por su negativa a aceptar lo primero.
"Date una oportunidad, tío", le dije, "¿De qué te vale estar penando por las esquinas, llorando por algo que ya no tienes?"
"¿Y eso me lo dices tú?", contestó, "¿tú que has estado en la misma situación que yo?, ¿cómo puedes decírmelo tan pancho?
En parte tenía razón. A mi me pasó lo mismo, no una, ni dos, si no muchas veces, pero creo, en parte, que supe cerrar las puertas que ya estaban entornadas.
Se despidió de mi, dándome un abrazo. Un abrazo que sonaba a despedida, a que toda nuestra amistad se había acabado con aquella frase.
"Anímate hermano", le dije palmeando su espalda, "Y ya sabes que aquí estoy para lo que necesites".
Pasaron un par de días en los que no supe nada de él y, al tercer día, extrañado de seguir sin noticias suyas, lo llamé. Tras varios tonos, y casi cuando iba a colgar, contestaron al teléfono. Me extrañó que fuese su hermana la que me contestó.
"Hola Marga, ¿Y tú hermano?"
"Xoel se ha suicidado" dijo entre sollozos.
La noticia me dejó en shock. Me vestí a toda prisa y salí camino de su casa lo más rápido que pude. Todo pasaba a una velocidad que no era ni medio normal. Me daba la sensación que aunque el mundo se movía de manera normal yo sólo lo apreciaba a cámara lenta. Abracé a Marga cuando abrió la puerta.
"Papá y Mamá están en el hospital, preparándolo todo. No entiendo por qué ha hecho esto", no paraba de llorar, desconsolada, "Ha dejado una nota y una carta para ti, ¿quieres leerla?"
Me la trajo y la abrí, sentado en el sofá en el que siempre jugábamos a la consola.
"Karlos, sé que esto te va a parecer una cobardía indigna de un amigo tuyo, pero no podía más, nunca superaré que Irene se haya ido de mi vida. Almudena es un cielo, pero nunca será Irene, quiero que la cuides, que seas lo que yo no pude ser para ella, prométemelo, o volveré a hacerte la vida imposible", qué cabrón, aún se reía hasta en el último minuto. "Espero que sepas perdonarme, sabes que te quise como a un hermano, pero no quiero vivir en este mundo sabiendo que nunca más estaré con ella".
Al día siguiente, en el cementerio, durante su entierro, las vi a las dos.
"¿Por qué lo ha hecho, Karlos? ¿Por qué se ha ido así?", dijo Irene abrazada a mi cuando me acerqué a saludarla. No podía decirle lo que sabía. No podría soportarlo, ni yo podría soportar verla así de dolida, por lo que sólo acaricié su pelo y la besé en el hombro.
"¿Por qué no me ha dado la oportunidad de intentar hacerlo feliz? Lo quería muchísimo... Y ahora, ahora no entiendo nada..." me dijo Almu cuando me acerqué a ella. Tampoco le contesté, aunque esa respuesta sí que la tenía clara. No era una persona que conociese la gama de grises, sólo se movía entre el blanco y el negro.
Ahora me he tatuado su nombre y he escrito esto como terapia, para no olvidarlo nunca. Amigos como Xoel son bendiciones que la vida te da, y hay que recordarlos.
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